viernes, 19 de noviembre de 2010

LA POESÍA ROMÁNTICA. PROFESORA: EMILIA MARTÍN

 LA POESÍA ROMÁNTICA.


PROFESORA:  EMILIA MARTÍN



Los poetas contemporáneos (1846), de Antonio María Esquivel. En él retrató a numerosos literatos que constituyeron la pléyade del Romanticismo español, junto con políticos, pintores, músicos, actores e intelectuales.




MARCO HISTÓRICO Y CULTURAL
  • Desde un punto de vista histórico, el siglo XIX comienza en España en 1808 con la guerra de la independencia y termina con la pérdida de la últimas colonias (Cuba y Filipinas) en 1898. Este período está marcado por la inestabilidad política y por los enfrentamientos entre liberales y conservadores, puesto de manifiesto durante los reinados de Fernado VII y de su hija Isabel II. Desde 1875, con  la Restauración de la dinastía borbónica en la persona de Alfonso XII, se inició una etapa de mayor estabilidad, aunque no se solucionaron los graves problemas que aquejaban a la sociedad española.
  • La revolución industrial provocó importantes cambios sociales a finales del siglo XIX. La burguesía se convirtió en la clase dominante y aparecieron los movimientos obreros.
  • Las tendencias predominantes en la literatura del siglo XIX fueron el Romanticismo, durante la primera mitad del siglo, y el Realismo y el Naturalismo, durante la segunda. 
 EL ROMANTICISMO
  • El Romanticismo fue un movimiento artístico, pero también una actitud ante la vida, que surge como reacción al racionalismo neoclásico.
  •  Los románticos reivindicaron la libertad tanto en la vida como en sus creaciones; de ahí que no se sometieran a reglas o normas establecidas.
  • Los artistas románticos aspiran a alcanzar unos ideales, pero la imposibilidad de lograrlos les produce frustración y los sumerge en un pesimismo que, incluso, puede conducirlos al suicidio. Una salida es la evasión y, para ello, sitúan sus obras en lugares lejanos o en épocas pasadas, entre las que prefieren la Edad Media.
  • El arte romántico es fundamentalmente subjetivo: las obras expresan los sentimientos y emociones del autor. En cuanto a los temas, cobran gran importancia lo irracional, la fantasía y el misterio
        LA POESÍA ROMÁNTICA
  • En el romanticismo convivieron diferentes géneros poéticos. Entre ellos se encuentra la poesía narrativa, generalmente sobre temas históricos o legendarios. En esta línea destacan dos obras de José de Espronceda: El estudiante de Salamanca y El diablo mundo.
  • Junto con la poesía narrativa, se cultivó la poesía,lírica, que se consideraba el modo de expresión más idóneo para la subjetividad romántica. Los poetas plasmaron en sus versos sus emociones y sentimientos: hablaron del amor, de la muerte, de la libertad, del desengaño... Entre los poetas líricos de la primera mitad del siglo XIX destaca José de Espronceda, y en la segunda mitad sobresalían Gutavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro.
 Rosalía de Castro. 

 Nació en Santiago de Compostela en 1837. Vivió en Madrid, así como en varios lugares de Castilla y de su Gálica natal, adonde regresó para establecerse hasta el final de su vida (1885)
Su obra en gallego comprende dos libros:Cantares gallegos y Follas novas. En castellano escribió En las orillas de Sar. Al igual que Bécquer, Rosalía de Castro busco la sencillez en las formas. La escritora vierte en su poesía sentimientos de angustia y desolación, también refleja la realidad social de su tierra y la solidaridad con sus gentes


[ LVIII ]


   Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,


ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros:


lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso


de mí murmuran y exclaman:


-Ahí va la loca, soñando



con la eterna primavera de la vida y de los campos,  

y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,


y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.



   -Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha;


mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,


con la eterna primavera de la vida que se apaga  

y la perenne frescura de los campos y las almas,


aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.



   Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños;


sin ellos, ¿cómo admiraros, ni cómo vivir sin ellos?



Espronceda

José de Espronceda

Es el poeta más brillante y representativo de la lírica romántica española. Nació en marzo de 1808 en Almendralejo (Badajoz).
 su corta vida estuvo marcada por su agitada actuación política del lado  de los liberales, su destierro en plena juventud, sus frecuentes arrestos y su atormentada pasión por Teresa Mancha mujer casada a la que raptó  y por la que será abandonado más tarde. Murió a los 34 años de edad.
Esta canción es la más popular del poeta. Ha sido considerada como el primer poema romántico español.
Se caracteriza por la sencillez de su vocabulario, capaz de ser entendido por la mayoría; como por la concisión, el acierto de las metáforas y la perfección del ritmo.
A través del pirata, uno de los símbolos preferidos de la poesía romántica europea, Espronceda expresa sus propios sentimientos de amor a la libertad y a la justicia.

Canción del Pirata

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido,
del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul:

«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.»

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

«Allá muevan feroz guerra,
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho


Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
como vira y se previene,
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.




Gustavo Adolfo Bécquer



Gustavo Adolfo Bécquer  nació en Sevilla en 1836. Se trasladó a Madrid para dedicarse a la literatura y colaboró en varios periódicos. Murió en Madrid en 1870
Entre sus obras en prosa destacan las Leyendas, en las que predominan el misterio, lo sobrenatural y el tema del amor imposible.
Su obra poética está recogida bajo el título de Rimas. Se trata  de un conjunto de poemas que buscan la expresión sencilla, pero a  la vez profunda, de las emociones. Predominan la rima asonante, los paralelismos y la identificación entre los sentimientos y la naturaleza. Los temas principales son la creación poética, el amor (visto como un sentimiento positivo, pero que acaba en desengaño), el dolor y la muerte





RIMA I
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarlo, y apenas, ¡oh hermosa!
Si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.


RIMA VII
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como el pájaro duerme en la rama
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay! -pensé-, ¡Cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: “Levántate y anda”!


RIMA XI
—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
—No es a ti, no.
—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:
puedo brindarte dichas sin fin,
yo de ternuras guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
—No, no es a ti.
—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
—¡Oh ven, ven tú!


Leyendas

LAS HOJAS SECAS
 El sol se había puesto: las nubes, que cruzaban hechas jirones sobre mi cabeza, iban a amontonarse unas sobre otras en el horizonte lejano. El viento frío de las tardes de otoño arremolinaba las hojas secas a mis pies.
Yo estaba sentado al borde de un camino, por donde siempre vuelven menos de los que van.
No sé en qué pensaba, si en efecto pensaba entonces en alguna cosa. Mi alma temblaba a punto de lanzarse al espacio, como el pájaro tiembla y agita ligeramente las alas antes de levantar el vuelo.
Hay momentos en que, merced a una serie de abstracciones, el espíritu se sustrae a cuanto le rodea, y replegándose en sí mismo analiza y comprende todos los misteriosos fenómenos de la vida interna del hombre.
Hay otros en que se desliga de la carne, pierde su personalidad y se confunde con los elementos de la Naturaleza, se relaciona con su modo de ser y traduce su incomprensible lenguaje.
Yo me hallaba en uno de estos últimos momentos, cuando solo y en medio de la escueta llanura oí hablar cerca de mí.
Eran dos hojas secas las que hablaban, y éste, poco más o menos, su extraño diálogo:
-¿De dónde vienes, hermana?
-Vengo de rodar con el torbellino, envuelta en la nube de polvo y de las hojas secas nuestras compañeras, a lo largo de la interminable llanura. ¿Y tú?
-Yo he seguido algún tiempo la corriente del río, hasta que el vendaval me arrancó de entre el légamo y los juncos de la orilla.
-¿Y adónde vas?
-No lo sé: ¿lo sabe acaso el viento que me empuja?
-¡Ay! ¿Quién diría que habíamos de acabar amarillas y secas arrastrándonos por la tierra, nosotras que vivimos vestidas de color y de luz meciéndonos en el aire?
-¿Te acuerdas de los hermosos días en que brotamos; de aquella apacible mañana en que, roto el hinchado botón que nos servía de cuna, nos desplegamos al templado beso del sol como un abanico de esmeraldas?
-¡Oh! ¡Qué dulce era sentirse balanceada por la brisa a aquella altura, bebiendo por todos los poros el aire y la luz!
-¡Oh! ¡Qué hermoso era ver correr el agua del río que lamía las retorcidas raíces del añoso tronco que nos sustentaba, aquel agua limpia y transparente que copiaba como un espejo el azul del cielo, de modo que creíamos vivir suspendidas entre dos abismos azules!
-¡Con qué placer nos asomábamos por cima de las verdes frondas para vernos retratadas en la temblorosa corriente!
-¡Cómo cantábamos juntas imitando el rumor de la brisa y siguiendo el ritmo de las ondas!
-Los insectos brillantes revoloteaban desplegando sus alas de gasa a nuestro alrededor.
-Y las mariposas blancas y las libélulas azules, que giran por el aire en extraños círculos, se paraban un momento en nuestros dentellados bordes a contarse los secretos de ese misterioso amor que dura un instante y les consume la vida.
-Cada cual de nosotras era una nota en el concierto de los bosques.
-Cada cual de nosotras era un tono en la armonía de su color.
-En las noches de luna, cuando su plateada luz resbalaba sobre la cima de los montes, ¿te acuerdas cómo charlábamos en voz baja entre las diáfanas sombras?
-Y referíamos con un blando susurro las historias de los silfos que se columpian en los hilos de oro que cuelgan las arañas entre los árboles.
-Hasta que suspendíamos nuestra monótona charla para oír embebecidas las quejas del ruiseñor, que había escogido nuestro tronco por escabel.
-Y eran tan tristes y tan suaves sus lamentos que, aunque llenas de gozo al oírle, nos amanecía llorando.
-¡Oh! ¡Qué dulces eran aquellas lágrimas que nos prestaba el rocío de la noche y que resplandecían con todos los colores del iris a la primera luz de la aurora!
-Después vino la alegre banda de jilgueros a llenar de vida y de ruidos el bosque con la alborozada y confusa algarabía de sus cantos.
-Y una enamorada pareja colgó junto a nosotras su redondo nido de aristas y de plumas.
-Nosotras servíamos de abrigo a los pequeñuelos contra las molestas gotas de la lluvia en las tempestades de verano.
-Nosotras les servíamos de dosel y los defendíamos de los importunos rayos del sol.
-Nuestra vida pasaba como un sueño de oro, del que no sospechábamos que se podría despertar.
-Una hermosa tarde en que todo parecía sonreír a nuestro alrededor, en que el sol poniente encendía el ocaso y arrebolaba las nubes, y de la tierra ligeramente húmeda se levantaban efluvios de vida y perfumes de flores, dos amantes se detuvieron a la orilla del agua y al pie del tronco que nos sostenía.
-¡Nunca se borrará ese recuerdo de mi memoria. Ella era joven, casi una niña, hermosa y pálida. Él le decía con ternura: -¿Por qué lloras? -Perdona este involuntario sentimiento de egoísmo -le respondió ella enjugándose una lágrima-; lloro por mí. Lloro la vida que me huye: cuando el cielo se corona de rayos de luz, y la tierra se viste de verdura y de flores, y el viento trae perfumes y cantos de pájaros y armonías distantes, y se ama y se siente una amada, ¡la vida es buena! -¿Y por qué no has de vivir? -insistió él estrechándole las manos conmovido. -Porque es imposible. Cuando caigan secas esas hojas que murmuran armoniosas sobre nuestras cabezas, yo moriré también, y el viento llevará algún día su polvo y el mío ¿quién sabe adónde?
Yo lo oí y tú lo oíste, y nos estremecimos y callamos. ¡Debíamos secarnos! ¡Debíamos morir y girar arrastradas por los remolinos del viento! Mudas y llenas de terror permanecíamos aún cuando llegó la noche. ¡Oh! ¡Qué noche tan horrible!
-Por la primera vez faltó a su cita el enamorado ruiseñor que la encantaba con sus quejas.
-A poco volaron los pájaros, y con ellos sus pequeñuelos ya vestidos de plumas; y quedó el nido solo, columpiándose lentamente y triste como la cuna vacía de un niño muerto.
Y huyeron las mariposas blancas y las libélulas azules, dejando su lugar a los insectos oscuros que venían a roer nuestras fibras y a depositar en nuestro seno sus asquerosas larvas.
-¡Oh! ¡Y cómo nos estremecíamos encogidas al helado contacto de las escarchas de la noche!
-Perdimos el color y la frescura.
-Perdimos la suavidad y la forma, y lo que antes al tocarnos era como rumor de besos, como murmullo de palabras de enamorados, luego se convirtió en áspero ruido, seco, desagradable y triste.
-¡Y al fin volamos desprendidas!
-Hollada bajo el pie del indiferente pasajero, sin cesar arrastrada de un punto a otro entre el polvo y el fango, me he juzgado dichosa cuando podía reposar un instante en el profundo surco de un camino.
-Yo he dado vueltas sin cesar, arrastrada por la turbia corriente, y en mi larga peregrinación vi, solo, enlutado y sombrío, contemplando con una mirada distraída las aguas que pasaban y las hojas secas que marcaban su movimiento, a uno de los dos amantes cuyas palabras nos hicieron presentir la muerte.
-¡Ella también se desprendió de la vida y acaso dormirá en una fosa reciente, sobre la que yo me detuve un momento!
-¡Ay! Ella duerme y reposa al fin; pero nosotras, ¿cuándo acabaremos este largo viaje?...
-¡Nunca!... Ya el viento que nos dejó reposar un punto vuelve a soplar, y ya me siento estremecida para levantarme de la tierra y seguir con él. ¡Adiós, hermana!
-¡Adiós!...
Silbó el aire, que había permanecido un momento callado, y las hojas se levantaron en confuso remolino, perdiéndose a lo lejos entre las tinieblas de la noche.
Y yo pensé entonces algo que no puedo recordar, y que, aunque lo recordase, no encontraría palabras para decirlo.

 

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